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La cronofagia mediática Por Juan José García Posada Hay medios de comunicación que actúan como consumidores voraces del tiempo. La cronofagia es una de las características distintivas de la televisión. Mucho más allá de enfatizar en que los diversos medios se precipitaron en la madrugada del miércoles 8 de noviembre al anunciar que Bush era presidente electo de los Estados Unidos, para rectificar una hora después esa versión inexacta, lo que de verdad debe despertar una seria inquietud sobre los procedimientos que afectan la credibilidad periodística es el manejo acomodaticio, arbitrario, muchas veces despótico, del tiempo, por causa de la manía de la instantaneidad. Lo instantáneo, lo rápido, lo ligero y superficial se ha integrado a la actividad informativa de tal modo que se excluye hasta la más sencilla deliberación para discernir acerca del grado de veracidad de los hechos que se pretende narrar en forma inmediata, en vivo y en directo. La cronofagia puede analizarse desde diferentes puntos de vista: Una modalidad de cronofagia se infiere del dominio de la televisión sobre los horarios habituales de los espectadores. Se quebranta la rutina y se abusa con la impuntualidad. Así, por ejemplo, la competencia nocturna de los dos canales privados mediante los noticieros y las telenovelas ha alterado el orden temporal mínimo de los hogares. Los cambios de horario están conculcándole a la gente el derecho a disponer del tiempo de ocio. Betty la fea figura en la programación a las nueve de la noche, pero comienza a las nueve y media o a las diez. Hace algunos días, de la conversación con un lúcido amigo deduje que si el tiempo que he derrochado viendo televisión a lo largo de veinticinco años (para hacer un cálculo modestísimo) lo hubiera invertido en recibir clases de canto, hoy sería un barítono famoso. Y si en lugar de estudiar canto lírico me hubiera dedicado a aprender violín, hoy me sentiría en condiciones próximas a las de un virtuoso. Sería casi un Yehudi Menujin. ¿Qué enseñanza útil para la vida me ha dejado una hora diaria de televisión durante un cuarto de siglo? Muy escasa, en una larguísima sucesión de amarguras, sustos y tensiones innecesarias. La televisión ha devorado una vigésima cuarta parte del tiempo de mi existencia. Otra faceta de la cronofagia mediática (y hablo de la televisión porque es, como lo decía antes, el medio más cronófago de todos) se colige de la asincronía en relación con los espectadores. El culto reverencial y desaforado a la instantaneidad, que no ha permitido superar la caricatura o el estereotipo del periodista que va en veloz carrera tras la primicia, ha distorsionado el sentido de la información como servicio mediante el cual se asegura la realización de un derecho fundamental de todos los seres humanos. Informar al instante y con abundancia, no siempre (casi nunca) es informar de verdad y con calidad. Así se identifica la tiranía de la actualidad. La anticipación a los hechos (Bush, presidente, sólo porque lo dictaminaban las encuestas a la salida de las urnas, mas no porque hubiera concluido el escrutinio real) y la invención de sucesos, es decir la ficción, son legítimos en la novela y el cuento. No en el periodismo. Cuando se pretende informar con precipitación, sin la suficiente reflexión sobre la naturaleza, la trascendencia y la esencia de verdad de los hechos, se olvida muchas veces algo que es primordial: La dependencia de lo fáctico, llevada a esos extremos, destruye el vínculo con los televidentes, oyentes o lectores, a quienes acaba tratándose como circunstantes del espectáculo informativo, pero no como destinatarios legítimos de la información que se presume se indaga para servirles a ellos. Esta es una grave distorsión que induce, entonces, a que el televidente pase a ser un instrumento pasivo, útil para la representación del show. Al ser humano se le niega así la condición de centro y finalidad principal de la actividad periodística. Estas anotaciones, que apenas sugieren un bosquejo para un ensayo posterior, apuntan a afirmar el papel de mediadores que, valga la redundancia, deben sostener los medios entre el tiempo de la gente y el tiempo de los hechos. En otros términos, entre el tiempo y los tiempos del hombre y el tiempo y los tiempos de las circunstancias. Esa mediación se altera cuando se trastornan la sincronización y el ritmo: Se pierde credibilidad, confiabilidad y permanencia en el ámbito espacio-temporal de los perceptores. El medio de comunicación, cuando cede a la tentación de la cronofagia, devora el tiempo de la gente, pero también elimina el tiempo de los hechos y se autoconsume, pues, como dice el sabio aforismo, el tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su consentimiento. juanjogarcia@geo.net.co Editorial de la Revista de Opinión Universitaria (Edición actualizada el 15 de noviembre de 2000). |